¿Qué puedo decirte que ya no sepas? Puedo decirte lo que aún
yo no creo saber...
No sé en que momento te conocí. Tengo recuerdos vagos de esa
época que, por momentos, me parece muy lejana. Sé de una tarde, gris y de las
más tristes, en la que yo estaba sentada en una oficina solitaria y me crucé
con tus palabras.
No recuerdo cuántas veces conversamos y cuántas veces más yo
me especializaba en evitar creer las dulces palabras que salían de tus dedos.
Luego te perdiste de mi camino, te recordaba pero ya no te hablaba. Eras una
sombra que parecia querer desvanecerse en la oscuridad de mi vida.
En algún punto dejé de preguntarme por ti. En algún punto
dejé de preguntarme de qué material estaba hecho el camino que pisabas. En
algún momento me convertí en una sombra vacía y sin dueño, sin por qués y sin
un camino real que recorrer.
Hasta que una mañana, desorientada y buscando escapar de lo
que ha sido mi vida, vuelvo a encontrarte entre palabras de anhelo y descuido.
En ese momento, y en un último y desesperado intento por perderme, me encuentro
una noche frente a ti: envueltos en la tenue luz de una vela, mirándome a los
ojos como nunca me habían mirado, como no creo haber mirado a nadie más.
Desde ese día, tus ojos y tu sonrisa se han vuelto mi
oxígeno. Desde ese día me he inventado mil maneras de huir de mí, de negarme a
lo que siento y buscarme mil excusas para no hacer lo que mi corazón me obliga.
Nunca antes había sentido tan adentro la necesidad de cuidar de una persona que
no fuera yo misma. Nunca antes había visto la ternura brotar de mi sin que
fuera por un cachorro o un bebe recién nacido. Jamás me imaginé queriendo de
esta manera y menos sin ser ser querida.
Entraste a mi vida una tarde y, por ahora, lo único que sé
es que no saldrás. No pretendo obligarte y mucho menos hacerte quererme. No
quiero decretar destinos fatales ni soledades extremas para ninguno de los dos.
Sería imposible concebirlo cuando me veo en tus ojos y entro
a una dimensión en la que sólo estamos tú y yo. Allí todo es alegría, sólo hay
risas entre nosotros. Me devuelves la posibilidad de vivir mi adolescencia como
debí. De sentir a flor de piel todo lo que una vez sólo fue referencia para mi.
No me obligas a quererte, no me mientes, a veces hasta
pienso que quisieras que yo no te quisiera. Pero es muy tarde ya, mi corazón ha
decidido y yo no lo pienso contradecir una vez más. Ya es hora de que le
permita sentir a plenitud, ya es hora de que aprenda la alegría de estar con el
ser amado. Que se entregue, total y sin reservas, sin complicaciones, sin
esperar nada a cambio, nada más que recibas lo que tiene para ti...
Ojalá, por mí, por él o por alguien más, tú puedas sentir lo
que me provocas ahora... Esa sonrisa eterna de sólo recordar el tono de tu voz,
la picardía en tu risa, la complacencia en saber que aprecian lo que das, la
ilusión de sentir que cada vez puedes dar más...
Es estar contigo y ver que el mundo brilla, que no hay frío
ni calor, que sólo estás tú y sentirte es más que suficiente para escuchar el
trinar de los pájaros, para sentirte satisfecho de ver las gotas de agua caer y
estrellarse contra las piedras...
Es estar seguros de que todo tiene sentido, es saber para
qué se está aquí y disfrutar de esa estadía... Es estar ahora segura de lo que
quiero, de que lo quiero porque lo quiero y de que no hay sentimiento más
auténtico que el que nace porque sí...
Una vez te lo dije y hoy te lo repito... No es un decir te
amo al que todos tememos, es la certeza de que un sentimiento igual no puede
caber dos veces en una misma persona...
No hay comentarios:
Publicar un comentario