domingo, 11 de marzo de 2012

Memoria y Cuenta


¡Ay, pequeño! Ayer me quedé con las ganas de saber qué piensas de todo lo que hablamos. Yo sigo impresionada por la manera en que algo que pasó hace tanto me sigue afectando y, la verdad, ya estoy cansada de inventarme teorías y métodos de autoayuda para superarlo.

Hace mucho, aquella vez que nos vimos, de la que hablamos ayer, yo aún tenía la esperanza de que si algún día tuviéramos la oportunidad de hacer y vivir todo aquello que tanto queríamos, todo esto que hubiéramos vivido hasta ahora quedaría borrado. Aún había mucha inocencia en mí en esos días. Pero ha sido mucho el camino recorrido desde entonces.

No puedo dejar de admirarte. Yo no puedo decir que tu vida ha sido más fácil que la mía desde que nos separamos, ni lo contrario. Pero sí admiro esa candidez que tenías al decirme ayer que no dejara de soñar: ¡aún vive en ti la esperanza!

Cuando te llamé, la verdad no puedo describir lo que sentí. Fue escuchar esa misma inocencia de siempre en tu voz, es como ver una foto de un campo verde con árboles y flores y sentir una brisa, una luz, algo que refresca y hace sentir bien.

Comprendo también cuando me dices que tú no te vas a atravesar en mi camino. Eso mismo pensé yo aquella vez. Tú habías elegido un camino y mal que bien tratabas de continuarlo, yo no soy nadie para cambiar tu rumbo. Sin embargo, te confieso que no esperaba no volver a saber de ti en tanto tiempo. Yo esperé y esperé hasta que la respuesta me pareció obvia: no te interesaba ningún tipo de acercamiento conmigo.

Así que tomé mis maletas y seguí cual marinero errante, dando tumbos de puerto en puerto. Ya ves que por muchas razones yo no me acostumbro a vivir así, sin saber de ti. Si te busqué hace meses es porque realmente estaba desesperada. Aún no termino de encontrarme y hoy creo que eso no se va a poder. Sin embargo, verte, hablarte, escucharte, siempre será en mi vida un refugio a la tormenta, lo único que me recuerda que algún día era una chama feliz, con metas y una vida completa. Las metas han cambiado porque las he alcanzado, pero aún vuelven a gestarse muchas otras cada día.

Sigo siendo alegre, me río mucho, bien seguido soy la payasita del grupo y a mi alrededor cada día hay más gente que se preocupa por mi. La única diferencia que hay entre ese momento que viví a tu lado y el ahora, afortunadamente, no se nota a la vista. La diferencia es que siempre me falta algo. Una vez leí un libro donde el tipo lo describía como llegar a la casa y que a cada mesa le falte una pata, un cojín a cada silla, las manillas a las puertas, es algo que a veces parece insignificante pero que a diario pesa.

Así seguí la vida y cada día se siente más el vacío. Muchas noches llego a casa sin querer sin quiera prender la luz y me acuesto en la cama a mirar el techo recordando la vista desde la ventana de tu cuarto. Es tener a alguien a tu lado que te mantiene ocupada y entretenida y eso evita que estés sola y te pierdas en pensamientos que ya no tienen sentido ni razón.

- El corazón tiene razones que la razón no entiende. Blaise Pascal

Es que quien me acompaña pudiera ser un príncipe y yo jamás me daré cuenta. Es ser cada vez más mecánico en todo. Que cada movimiento sea producto de una operación matemática. 2+2=4 Y si algo no llegara a cuadrar perfectamente en esas cuentas, pues sencillamente, a la basura. No hay cabida para errores, deslices, lo humano ha perdido cancha en mi vida. Todo es producto de un contrato discutido y firmado por ambas partes. Y siempre la otra parte es quien incumple y eso motiva la disolución de la sociedad.

¡Qué sorpresa!, ¿no? A mí no me sorprende, me da tristeza. La misma tristeza que siento cuando me sincero conmigo misma y veo que perdí la capacidad de confiar, de creer; y si no crees en la persona que tienes al lado, ¿entonces cómo conviven? ¿Cómo convivo conmigo misma si no soy capaz de creer en mis propios sueños por el simple hecho de que deben llevarse a cabo junto a otra persona?

Pues entonces tampoco hay, en mi vida, cabida para los sueños. Como veo el panorama, mi familia será producto, como te dije una vez, de una sociedad que tiene el suficiente capital y tiempo como para sustentarla, pero no del amor.

A veces, en esas jornadas de meditación, acompañada por el techo de mi habitación, aún pienso que sería feliz al formar esa familia de ensueño con el hombre que soñaba de niña, aquel que me regalara una rosa azul. Y te confieso que me pierdo en ese sueño, lo disfruto y cada día lo hago más perfecto. Hasta que despierto y tomo conciencia de mi realidad: a estas alturas ya ni en ese hombre de la rosa azul (que, en su momento, llegó a ser mejor en la realidad que en mis sueños) podría confiar como para dejarme caer en sus brazos, seguir sus pasos y que nada nos detenga.

Es que para mí todos han pasado a ser lo mismo: alguien que mantiene mi mente ocupada de buena manera mientras cumpla las cláusulas del contrato y nada más. No sabes cuán a menudo (como dices tú) voy al cine y te recuerdo. Peor aún, creo que desde entonces, no ha habido una sola vez que haya ido al cine sin comentar algo que me sucedió al ir contigo. Es cierto, igual que tú pasó mucho tiempo antes de que pudiera entrar a una sala de esas y no echarme a llorar porque no estabas cerca ni ibas a llegar.

Pero eso poco a poco fue pasando (ayudó mucho que las salas que frecuentábamos ya no existan). Pero nunca fue igual. Aún hoy nunca he vuelto con la frecuencia que alguna vez tuvimos. Y siempre, SIEMPRE, recuerdo la noche en que no me pudiste acompañar y me esperaste a la salida: Yo traumada con Boys don’t cry, con salir de noche del cine, sola y tener que andar caminando por la ciudad. ¿Y tú? Tranquilo, llegaste por mi espalda como buen guardián, amigo, compañero y disipaste todo temor en el momento que me ví en tus ojos.

Fue la primera vez que salimos, tal vez el principio del fin. (al llegar a este punto, ya no pude contener más las lágrimas) Lo mismo que el primer beso. Nunca, antes o después, he compartido un beso tan profundo con nadie más. Mi conclusión es que fue algo más allá de lo humano, ¿comprendes? No era deseo, pasión, piel, no era curiosidad y mucho menos era el siguiente paso. No sé. ERA. Debió ser así, salió de adentro, de donde nadie conoce el lugar y nos tomó uno a uno para llevarnos a formar un nuevo ser etéreo.

No por nada las prostitutas nunca besan a sus clientes. El beso conlleva mucha más entrega que cualquier tipo de relación sexual. Para mí, aún hoy, no fue un beso, fue un pacto. En ese momento, ambos nos necesitábamos. Deseábamos encontrar ese alguien que nos llenara de esperanzas y de alegría y allí estábamos, asustados pero dispuestos.

Lástima que en nuestra época no existan castillos o grandes fortalezas. De ser así, hubiéramos podido refugiarnos allí y alejarnos de todo ese mar de malas intenciones que nos ahogó y nos lanzó a orillas distintas. Hoy, me alegra poder contar con tu presencia en mi vida. Hablar y escucharte. No me interesa ni siquiera de qué hablemos. Basta la voz y el recuerdo para darle un airecito tibio y familiar a mi desarticulada vida. Espero, por lo menos, poder brindarte lo mismo.

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